Imágenes captadas por satélite, fotografía aérea, magnetometría, tomografía eléctrica o prospecciones sobre el terreno son algunas de las técnicas que utiliza la arqueología moderna y que se caracterizan por ser no destructivas. Es decir, no penetran en el terreno. Por el contrario, la excavación es un proceso destructivo en el cual se retiran todos los elementos y solo se dejan las estructuras. Al mismo tiempo, sacar a la luz aquello que estaba protegido por la tierra significa romper el equilibrio y dejar expuestos a la atmósfera los restos arqueológicos, lo que hace necesarias medidas de conservación. Por supuesto, pese a ser un procedimiento lento, la perforación del suelo continúa siendo fundamental para esta ciencia que trata de interpretar las civilizaciones antiguas a través de sus vestigios. Pero tan importante como explorar correctamente bajo el terreno es conocer el lugar exacto en el que hay que hacerlo y con estos métodos se puede saber qué hay en el interior de la tierra antes de iniciar las perforaciones.
Por su parte, las técnicas no destructivas permiten obtener mucha información y abarcar áreas muy amplias del territorio. «Tienen una buena fiabilidad y mediante su uso podemos descubrir elementos con una inversión menor que la de una excavación arqueológica», explica Victorino Mayoral, científico titular del Instituto de Arqueología-Merida (IAM). Él es el investigador responsable de varios proyectos que se están realizando en Extremadura con la utilización de técnicas no destructivas y que persiguen el objetivo de revalorizar las zonas arqueológicas.
Estos trabajos aportan un conocimiento que es muy útil en diversos ámbitos. Por un lado, los procedimientos que se siguen sin la necesidad de abrir zanjas permiten localizar nuevos yacimientos que todavía no han salido a la luz. En este sentido, se abre la posibilidad de conocer más y mejor donde hay restos arqueológicos enterrados, lo que serviría para realizar una mejor gestión del territorio. «Su existencia nos valdría para prevenir el daño al patrimonio y protegerlo», expone Mayoral, en relación a la posibilidad de controlar la urbanización de terrenos o el desarrollo de obras en determinadas zonas.
Desde el punto de vista científico, la aplicación de las técnicas no destructivas sirve para complementar el estudio de zonas en las que ya se sabe que hay restos del pasado y que no se excavan por falta de fondos o porque las expectativas de grandes hallazgos son reducidas. Sin embargo, el uso de estos métodos contribuye a realizar planos detallados sobre grandes yacimientos, de forma que ayuda a presentar el patrimonio al público. «No es lo mismo mostrar un yacimiento con una pequeña zona de excavación y unas cerámicas repartidas en un erial, que puede resultar de interés a un científico pero no es atractivo para la sociedad en general, que el entramado urbano de una ciudad, algo que sirve para comprender cómo era ese lugar», detalla el investigador, que avanza que el potencial del yacimiento de Villasviejas del Tamuja, en el término municipal de Botija (Cáceres), ha hecho que se pase de las hipótesis basadas en los datos de prospección a una plasmación más visual y comprensible para el público no especializado, como puede ser una reconstrucción tridimensional.
Íntimamente ligado con el aspecto anterior, el descubrimiento de nuevas zonas arqueológicas también sirve para dotar a los municipios de recursos turísticos, algo que era, precisamente, la idea de uno de los proyectos iniciados. «Es difícil que haya ciudades sin descubrir, pero sí hay pequeños asentamientos, como granjas o villas, de las que todavía no se conoce su ubicación. El inventario arqueológico extremeño es una recopilación de datos muy heterogénea y un rastreo exhaustivo de la superficie requeriría bastante tiempo», según Mayoral, que pone el foco sobre la necesidad de realizar estos trabajos con prontitud, porque el tiempo es el principal enemigo de los yacimientos, que pueden ser dañados por las labores agrarias o quedar sepultados para siempre por infraestructuras como parques solares, carreteras o vías de tren. «Por ejemplo, en la ciudad de Contributa Iulia, en Medina de las Torres (Badajoz), se descubrió un anfiteatro de cuya existencia se sospechaba, pero gracias a la fotografía aérea y a la geofísica pudo confirmarse y ver su ubicación y forma exacta», insiste el científico del IAM.
Más allá de las aplicaciones prácticas, las técnicas no destructivas tienen la ventaja de su rapidez a la hora de analizar amplias extensiones de terreno. Con la fotografía aérea se pueden cubrir grandes áreas en un solo vuelo y los sistemas geofísicos son más veloces que las excavaciones. Es cierto que las técnicas no destructivas no pueden ni deben competir con los trabajos de excavación, en los que la recuperación de objetos facilita saber cómo vivía la gente en el pasado, pero aportan mucha información para un ojo experto.
Y es que después de la recogida de datos llega el proceso de interpretación de los mismos, un paso fundamental y que debe ser realizado por arqueólogos. «Con una buena comprensión de los métodos el trabajo, el estudio de la información recabada resulta muy esclarecedor. Incluso es posible hacerse una idea del grado de conservación de lo que hay bajo la superficie», asegura el responsable de los proyectos.
RECOPILACIÓN
«Esto es arqueología de mínima invasión», define Mayoral, que entre las técnicas no destructivas que se utilizan cita los métodos de prospección geofísica y la toma de imágenes, que pueden ser captadas por satélites o mediante fotografía aérea y que también incluyen la utilización de sensores que van más allá del espectro visible, como los infrarrojos.
Por otra parte, el uso de radares, de equipos de conductividad eléctrica o de magnetómetros se enmarca en el apartado de la geofísica. La combinación de todas estas técnicas es necesaria para lograr unos resultados óptimos, ya que cada una de ellas se adapta mejor a una determinada zona y para un mismo espacio ofrecen una visión diferente que se suma y complementa a la de otros métodos.
Por ejemplo, la fotografía aérea funciona muy bien en campos de cereales, pero debe usarse en el momento óptimo. Éste se produce cuando el cultivo está madurando y si se realiza en la horas del día en las que el sol está rasante. El indicador de la presencia de elementos en el subsuelo es el cambio de tamaño de las plantas, lo cual se traduce en un cambio de tonalidad. «Un factor que condiciona el desarrollo de los cultivos es la arqueología. Las estructuras que los grupos humanos han dejado con el paso del tiempo influyen para mal en el crecimiento de las plantas. Donde hay acumulación de piedras hay un menor crecimiento de la planta y al contrario», comenta el investigador del IAM, especificando que este sistema funcionó muy bien en el yacimiento de Contributa Iulia.
Para zonas arqueológicas en las que no hay cultivos sirven los métodos geofísicos, como fue el caso de Villasviejas del Tamuja, con los que pueden cubrirse grandes superficies en muy poco tiempo. «Hemos abierto una ventana a un yacimiento de 15 hectáreas y conocemos su urbanismo sin necesidad de excavar», apostilla este arqueólogo.
Las imágenes captadas con sensores requieren un tratamiento especializado para hacer visible aquello que el ojo humano no es capaz de ver. «Los procedimientos informáticos son complicados, porque son necesarios software y programas especializados para el tratamiento de imágenes de un segmento del espectro electromagnético. Los especialistas en laboratorio, combinan las bandas y aplican los filtros», relata Mayoral.
El procedimiento más costoso, sin ser destructivo, es la prospección sobre el terreno, porque requiere mucho personal. El sistema de trabajo se basa en peinar el espacio a estudiar y documentar con posicionamiento del GPS todos los hallazgos realizados. Los más habituales son cerámicas y metales que han salido a la superficie debido a los trabajos agrícolas. A continuación, un programa informático calcula la densidad de puntos marcados. «Eso nos ayuda a interpretar y saber donde ahí había un asentamiento y hasta donde se extendía», según el responsable de estos proyectos.
En la actualidad, desde el IAM se está trabajando de manera muy intensa en la comarca de La Serena, donde ya hay yacimientos documentados, para localizar nuevos asentamientos. Estas acciones también cuentan con la participación de Cicytex, centro investigador con el que el Instituto Arqueológico comenzó a colaborar a principio de esta década, al igual que con Intromac. Afianzar esta relación ha sido uno de los aspectos más positivos de los proyectos realizados en común. La utilización de métodos similares para el estudio del suelo, aunque por motivos tan distintos como son la arqueología, la agricultura de precisión o el análisis de rocas, fue un poderoso aglutinante para compartir esfuerzos y trabajar en común en la gestión de los espacios agrarios.
(Fuente: HOY / José M. Martín)