El primer acercamiento científico a la cueva se produjo entre 1953 y 1957, de la mano de Julio Martínez Santa Olalla. |
Y eso, a pesar de que en 1907 el arqueólogo Hermilio Alcalde del Río descubrió unos grabados muy finos, que se encontraban en un lamentable estado de conservación. Expertos como Juan Sanguino o Ramón Montes realizaron sondeos dentro de la cavidad, que concluyeron que, en muchos casos, había alteraciones e inversiones estatigráficas, las cuales reflejaban que no era la zona en la que se encontraba el yacimiento en posición primaria, sino que los restos venían arrastrados desde el exterior. Es quizá el gran secreto por descubrir aún de El Pendo, según relata el técnico conservador de las cuevas prehistóricas de Cantabria Raúl Gutiérrez, quien explica que, aunque “existe el deseo” de excavar la parte exterior de la cueva, “no se sabe el potencial que hay por investigar, ni lo que te vas a encontrar”.
MUY DIFÍCIL Y COSTOSO
“Plantear hoy en día una excavación en la zona exterior, en la de abrigo y visera de la cavidad, es muy difícil y muy costoso, como retirar los grandes bloques de piedra para acceder al área fértil desde el punto de vista arqueológico. Se trataría de campañas de años de duración y habría que valorar lo que se invierte y con qué resultados”, precisa. De El Pendo, el padre Jesús Carvallo, fundador del Museo de Prehistoria de Cantabria, logró obtener múltiples piezas de arte mueble tras diversas excavaciones, sondeos y catas en los años 20 y 30 del siglo pasado, pero que no fueron recuperadas de forma científica. Eso sí, hasta el hallazgo de la cueva de La Garma, era la mejor colección de arte mueble documentada en Cantabria.
El primer acercamiento científico a la cueva se produjo entre 1953 y 1957, de la mano de Julio Martínez Santa Olalla, y, posteriormente, en los 90, es cuando se plantea uno nuevo, encabezado por los investigadores Sanguino y Montes. Cuando estaban a punto de terminar esta excavación, en agosto de 1997, uno de los investigadores “se encontró algo que le pareció una pintura” y, tras comprobar que sí lo era, el trabajo pasó a ser una investigación arqueológica de arte rupestre por unas pinturas que, hasta ese momento, habían pasado desapercibidas.
Y es que todo el frente en el que se encontraban, un gran panel de quince o veinte metros de ancho, estaba oculto por suciedad, básicamente por la presencia de partículas de polvo en suspensión y distintos tipos de bacterias, sobre todo líquenes, que ocultaban las pinturas.
Tras un minucioso trabajo de limpieza y restauración, se logró sacar a la luz esas representaciones, unas 26 unidades gráficas que se concentran, principalmente, en lo que se conoce como el friso de las pinturas, un gran mural de figuras de color rojo, algunas de ellas, en tinta plana.
(Fuente: Deia / Belén Córdoba Arias)
El primer acercamiento científico a la cueva se produjo entre 1953 y 1957, de la mano de Julio Martínez Santa Olalla, y, posteriormente, en los 90, es cuando se plantea uno nuevo, encabezado por los investigadores Sanguino y Montes. Cuando estaban a punto de terminar esta excavación, en agosto de 1997, uno de los investigadores “se encontró algo que le pareció una pintura” y, tras comprobar que sí lo era, el trabajo pasó a ser una investigación arqueológica de arte rupestre por unas pinturas que, hasta ese momento, habían pasado desapercibidas.
Y es que todo el frente en el que se encontraban, un gran panel de quince o veinte metros de ancho, estaba oculto por suciedad, básicamente por la presencia de partículas de polvo en suspensión y distintos tipos de bacterias, sobre todo líquenes, que ocultaban las pinturas.
Tras un minucioso trabajo de limpieza y restauración, se logró sacar a la luz esas representaciones, unas 26 unidades gráficas que se concentran, principalmente, en lo que se conoce como el friso de las pinturas, un gran mural de figuras de color rojo, algunas de ellas, en tinta plana.
(Fuente: Deia / Belén Córdoba Arias)