Pedro II de Aragón "El Católico" (Huesca 1178-Muret 1213) y Conde de Barcelona centró la mayor parte de su reinado en la consolidación de los territorios transalpinos del Reino de Aragón, no obstante desempeñó un importantísimo papel en la Cruzada contra los almohades que habían desembarcado en la peninsula atendiendo a la llamada del Papa Inocencio III a la Cruzada que encabezó el Rey de Castilla Alfonso VIII y a la que también se sumaron Sancho VII Rey de Navarra, el arzobispo de Toledo D. Rodrigo Ximénez de Rada, el Señor de Vizcaya D. Diego López de Haro, además de otros caballeros procedentes del norte de Europa y Templarios.
Después de la victoria en las Navas de Tolosa (julio de 1212), Pedro II se vió obligado a intervenir en la Cruzada contra los herejes cátaros del sur de Francia, falleciendo en combate en la batalla de Muret el 13 de septiembre de 1213. La derrota en Muret supuso el fracaso y abandono de las pretensiones de la Corona de Aragón sobre los territorios ultrapirenaicos y, según el autor Michel Roquebert, el final de la posible formación de un poderoso reino aragonés-occitano que hubiera cambiado el curso de la historia de España
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7 de mayo de 2010
1 de mayo de 2010
La Cruzada contra los cátaros
Proclamada por el papa Inocencio III, la Cruzada Albigense (1208-1229) fue la primera guerra santa entre cristianos en Europa. La brutal represión contra los cátaros del sur de Francia no acabó con la herejía, aunque sí dio el control de la región al rey francés.
«Combatid a los herejes con mano poderosa y brazo extendido». Tras esta proclama del papa Inocencio III, miles de cruzados se lanzaron en 1209 a combatir a los cátaros o albigenses en el sur de Francia. Cuando los cruzados conquistaron Lavaur, el 3 de mayo de 1211, Simón de Montfort, vizconde de Béziers y Carcasona, ordenó ahorcar a Aimeric de Montreal y a otros 80 caballeros. Ese día, entre 300 y 400 cátaros ardieron en la mayor hoguera de toda la guerra. Esta guerra no se libraba sólo contra los «creyentes» cátaros y sus dirigentes, sino también contra la nobleza occitana que se había mostrado indiferente, indulgente o abiertamente partidaria de la herejía.
Ni las condenas de papas y concilios, ni el endurecimiento del Derecho Canónico (con penas espirituales, materiales y sociales para los herejes y sus cómplices), ni las predicaciones de los monjes cistercienses, ni las medidas de los legados pontificios en Provenza, ni los debates con los líderes cátaros y valdenses… Nada había dado buenos resultados. Sin el apoyo de los poderes laicos no sería posible acabar con la herejía que, según la Iglesia, infectaba el Midi, el sur de Francia. Aunque, en realidad, la mayoría de la población del Midi era católica conviene tener presente el clima mental de Europa en el año 1200. Derrotas en Tierra Santa y España ante los musulmanes, guerras entre Inglaterra y Francia, la pugna entre el papado y el Sacro Imperio, los detestados herejes… La angustia y el miedo dominaban los espíritus.
Unos creían que la barca de la Iglesia estaba a punto de naufragar; otros veían señales del inminente fin de los tiempos. El asesinato del legado papal Pière de Castelnau a manos de un escudero de Raimundo VI de Tolosa (Tolouse), en enero de 1208, fue la gota que colmó el vaso. El papa Inocencio III predicó la cruzada contra los albigenses. El legado Arnau Amalric reorientó la cruzada contra su vasallo Raimundo Roger de Trencavel, católico pero cercano a los herejes. Que el gentilicio de uno de sus dominios, «albigense» (de Albi y el Albigés), identificara a los cátaros occitanos y a sus protectores da idea de esta connivencia. La ciudad de Béziers fue saqueada el 22 de julio de 1209. Los cruzados asediaron a continuación Carcasona, defendida por el vizconde Trencavel. El 15 de agosto, Carcasona se rindió por falta de agua y Trencavel fue apresado; moriría poco más tarde. Así terminó la llamada «cruzada de los barones». El rey de Aragón pudo haber acabado con los cruzados en la batalla de Muret, el 12 de septiembre de 1213, pero un exceso de confianza le llevó a la derrota y a la muerte. Con él se esfumó el futuro de la «Gran Corona de Aragón» transpirenaica. La victoria se Simón de Montfort culminó en 1215: en mayo tomó posesión de Tolosa y en noviembre, el IV concilio de Letrán le entregó los títulos y las tierras de Raimundo VI, condenado por complicidad con la herejía.
El triunfo del «conde de Cristo», sin embargo, no duró mucho. En junio de 1216, el joven Raimundo de Tolosa sitió Beaucaire, entre el Languedoc y Provenza, iniciando un levantamiento general occitano contra el dominio de «los franceses y los clérigos». Montfort no pudo controlar la situación, y el viejo Raimundo VI volvió del exilio y entró en Tolosa en septiembre de 1217. La respuesta de los cruzados fue sitiar la capital sublevada. Tolosa se rindió por fin en 1229. La guerra terminó con la firma de los tratados de Meaux-París (enero-abril). La cruzada contra los albigenses, primera guerra santa en el seno de la Cristiandad, no sirvió para acabar con el catarismo, pero logró cambiar la realidad política del Midi: su probable integración en la Corona de Aragón dio paso al dominio del rey de Francia. Esto permitió a la Iglesia, segunda gran beneficiada del conflicto, aplicar nuevas medidas antiheréticas: la Inquisición.
Via: historiang.com
«Combatid a los herejes con mano poderosa y brazo extendido». Tras esta proclama del papa Inocencio III, miles de cruzados se lanzaron en 1209 a combatir a los cátaros o albigenses en el sur de Francia. Cuando los cruzados conquistaron Lavaur, el 3 de mayo de 1211, Simón de Montfort, vizconde de Béziers y Carcasona, ordenó ahorcar a Aimeric de Montreal y a otros 80 caballeros. Ese día, entre 300 y 400 cátaros ardieron en la mayor hoguera de toda la guerra. Esta guerra no se libraba sólo contra los «creyentes» cátaros y sus dirigentes, sino también contra la nobleza occitana que se había mostrado indiferente, indulgente o abiertamente partidaria de la herejía.
Ni las condenas de papas y concilios, ni el endurecimiento del Derecho Canónico (con penas espirituales, materiales y sociales para los herejes y sus cómplices), ni las predicaciones de los monjes cistercienses, ni las medidas de los legados pontificios en Provenza, ni los debates con los líderes cátaros y valdenses… Nada había dado buenos resultados. Sin el apoyo de los poderes laicos no sería posible acabar con la herejía que, según la Iglesia, infectaba el Midi, el sur de Francia. Aunque, en realidad, la mayoría de la población del Midi era católica conviene tener presente el clima mental de Europa en el año 1200. Derrotas en Tierra Santa y España ante los musulmanes, guerras entre Inglaterra y Francia, la pugna entre el papado y el Sacro Imperio, los detestados herejes… La angustia y el miedo dominaban los espíritus.
La expulsión de los cátaros de Carcassone
Unos creían que la barca de la Iglesia estaba a punto de naufragar; otros veían señales del inminente fin de los tiempos. El asesinato del legado papal Pière de Castelnau a manos de un escudero de Raimundo VI de Tolosa (Tolouse), en enero de 1208, fue la gota que colmó el vaso. El papa Inocencio III predicó la cruzada contra los albigenses. El legado Arnau Amalric reorientó la cruzada contra su vasallo Raimundo Roger de Trencavel, católico pero cercano a los herejes. Que el gentilicio de uno de sus dominios, «albigense» (de Albi y el Albigés), identificara a los cátaros occitanos y a sus protectores da idea de esta connivencia. La ciudad de Béziers fue saqueada el 22 de julio de 1209. Los cruzados asediaron a continuación Carcasona, defendida por el vizconde Trencavel. El 15 de agosto, Carcasona se rindió por falta de agua y Trencavel fue apresado; moriría poco más tarde. Así terminó la llamada «cruzada de los barones». El rey de Aragón pudo haber acabado con los cruzados en la batalla de Muret, el 12 de septiembre de 1213, pero un exceso de confianza le llevó a la derrota y a la muerte. Con él se esfumó el futuro de la «Gran Corona de Aragón» transpirenaica. La victoria se Simón de Montfort culminó en 1215: en mayo tomó posesión de Tolosa y en noviembre, el IV concilio de Letrán le entregó los títulos y las tierras de Raimundo VI, condenado por complicidad con la herejía.
El triunfo del «conde de Cristo», sin embargo, no duró mucho. En junio de 1216, el joven Raimundo de Tolosa sitió Beaucaire, entre el Languedoc y Provenza, iniciando un levantamiento general occitano contra el dominio de «los franceses y los clérigos». Montfort no pudo controlar la situación, y el viejo Raimundo VI volvió del exilio y entró en Tolosa en septiembre de 1217. La respuesta de los cruzados fue sitiar la capital sublevada. Tolosa se rindió por fin en 1229. La guerra terminó con la firma de los tratados de Meaux-París (enero-abril). La cruzada contra los albigenses, primera guerra santa en el seno de la Cristiandad, no sirvió para acabar con el catarismo, pero logró cambiar la realidad política del Midi: su probable integración en la Corona de Aragón dio paso al dominio del rey de Francia. Esto permitió a la Iglesia, segunda gran beneficiada del conflicto, aplicar nuevas medidas antiheréticas: la Inquisición.
Via: historiang.com
La ruta de los cátaros.
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