Los participantes en el taller desentierran materiales en la excavación Foto: ÁNGEL NAVARRETE |
El taller, que es gratuito y está organizado por la Comunidad de Madrid y el Ayuntamiento de Alcalá, se ofrece los meses de julio, agosto y septiembre, y tiene unas 3.000 plazas disponibles, la gran mayoría ya ocupadas. Veinticinco fueron los chavales que asistieron el pasado jueves 19 de julio, y que confirmaron, tras tres horas de trabajo con cubos y arena, que la arqueología «mola». «Es la segunda vez que vengo», señalaba Nico, de seis años, que esta vez acudía con sus hermanos. «A mí me encanta la historia y quiero ser arqueóloga», contaba Laura, de 11 años, para la que la experiencia era «la prueba de fuego» para confirmar esta vocación.
Y no defraudó. Tras una rápida visita a la ciudad romana y a la Casa de los Grifos -conocida por sus muestras de pintura mural- los niños pudieron ponerse manos a la obra y comenzar a trabajar en el yacimiento, en el que debían desenterrar las piezas ocultas en la tierra, para lo que se les hizo entrega de una brocha, un recogedor y un cuadernillo. Los más espabilados no tardaron en encontrar el tesoro:«¡He encontrado un cráneo!», exclamó Nico, de seis años, uno de los primeros en cantar bingo. «Seguro que era de los árabes», añadió. Sarah, de 11 años, desenterró una mano con un anillo y Javi, de 13, un cuerno.
Una tarea para la que contaron en todo momento con las instrucciones de los guías, que se enfrentaron a la difícil misión de explicar a niños «un proceso tan largo y meticuloso» como el del arqueólogo, algo que, para el responsable de la actividad, Diego Martín Puig, es «todo un reto». «¡Cuidado al sacar las piezas!», señalaba Martín, ante las prisas de algunos chavales por hacerse con los objetos. «La tierra hay que tratarla con cuidado, que nos aporta mucha información», explicaba.
Además de los restos humanos y animales, que fueron los que más entusiasmaron a los niños, el yacimiento escondía cerámica, mosaicos, joyas y adornos, todos recreaciones de objetos romanos. Una vez desenterrados, los participantes debían identificarlos y dibujarlos en un cuadernillo, para lo que contaron con la ayuda de sus padres, que, siempre dejando el protagonismo a los pequeños, supervisaban todo el trabajo. «Trabajar en equipo es uno de los pilares de esta actividad», explica Martín. «Que padres e hijos vengan juntos al taller crea un vínculo muy especial entre ellos», añade.
Del yacimiento los niños eran trasladados al «laboratorio», en el que se les explicaba el trabajo de restauración, siglado y clasificación de las piezas. «Esta es una actividad 360 grados, que abarca todo el proceso que lleva a cabo el arqueólogo», señala. «Se busca que los chavales interioricen la meticulosidad del trabajo en una excavación », pero que también «se diviertan».
De hecho, «aquí pueden tocar las piezas y utilizar instrumentos reales», algo que no suele pasar en un museo, en la que los chavales «se limitan a mirar», explica. Tan bien se lo pasan que muchos repiten: este año, por primera vez, podrán hacerlo en Hoyo de Manzanares, donde, ante el éxito de la actividad, se ha dedicido iniciar otro taller arqueólogico en septiembre.
"Conocer el patrimonio desde pequeños"
Además de la diversión, Arqueólogos por un día tiene una finalidad didáctica, y busca que los chavales se «enganchen» con el patrimonio, un legado que es necesario «que conozcan desde niños» y que sientan «que les pertenece». «Es bueno que los niños sepan que si encuentran algo en el campo pueden llevarlo a las autoridades para que sea trasladado a un museo y disfrutado por todos», afirma Paloma Sobrini, directora de Patrimonio de la Comunidad de Madrid.
Generar vocaciones, y fomentar el conocimiento de nuestros antepasados entre los más pequeños, es otro de los objetivos del taller, algo que, según su organizador, se consigue. «Muchos niños se van diciendo que van a ir a museos y que quieren saber más de los romanos», relata. Otros este entusiasmo ya lo traen de casa, y desde muy pequeños tienen claro que la historia y la arqueología es lo suyo. Es el caso de Javi y Miguel, dos hermanos de 13 y 10 años de Alcalá de Henares. «El mayor quiere ser paleontólogo y el pequeño arqueólogo», explica su madre, que este verano se los lleva de viaje a Egipto. «Lo de Javi es increíble:con tres años ya se sabía todos los nombres de los dinosaurios en latín», añade.
La actividad concluía con la entrega de un diploma a los niños, que se marchaban a casa entusiasmados y con ganas de repetir. También con la pena de no poder llevarse «el trofeo» desenterrado a casa. Y es que, como sucede en la vida real, las piezas son enviadas después del taller a un depósito común, pasando a formar parte de «un patrimonio que nos pertenece a todos».
(Fuente: El Mundo / Ángel Navarrete)