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9 de abril de 2011

La ciudad árabe de Vascos duerme su esplendor en una finca particular de Toledo desde el Siglo XI

Resulta imposible no sentirse contagiado del misterioso hechizo que emana de cada una de sus piedras, que perfilan sobria y armoniosamente la arquitectura de esta enigmática Ciudad de Vascos, situada en  el término de Navalmoralejo (Toledo). 
Vista de la ciudad en el municipio de Navalmoralejo (Toledo).

Muchas y variadas teorías se han aventurado en torno al nombre de estas misteriosas ruinas, pero ninguna está medianamente fundamentada. Se supone que debió de ser una deformación fonética de su denominación primitiva del árabe. Tampoco se sabe bien si éste era el nombre por el que se le conocía en aquella época. También permanecen en el más oscuro de los misterios los motivos que impulsaron su construcción en el siglo X, su gran desarrollo (se calcula que albergó más de tres mil habitantes) y posteriormente su total abandono en el XI, en pleno florecimiento. 

La ciudad está ubicada sobre un áspero promontorio, en un risco salvaje, en un enclave lleno de magia y misterio, abrazada por el río Huso y sumida en el olvido. El espectáculo es sobrecogedor. Toda una ciudad hispano-musulmana detenida en el tiempo. Situada en lo más profundo de la Jara toledana, en el municipio de Navalmoralejo, está rodeada de una magnífica muestra del llamado bosque mediterráneo, una rica y variada fauna adaptada a este tipo de ecosistema. 
La ciudad está en una finca particular.


Se sabe poco de este sorprendente asentamiento, aunque los trabajos arqueológicos que se vienen realizando desde el año 1.975 van desvelando gota a gota cómo vivían y cómo se defendían sus moradores. Se conoce poco más porque estas venerables ruinas se resisten tenazmente a entregar sus secretos tan celosamente guardados durante siglos. Dotado de cementerios, sólidas murallas, baños y una altiva alcazaba, la ciudad se levantó distante de enclaves estratégicos y lejos de las principales rutas comerciales al Tajo y a Toledo. Este aislamiento ha contribuido en gran medida a que el lugar no haya sido expoliado, sin más deterioro que el producido por el paso de los siglos. 
Puente romano de La Canasta, una calzada romana secundaria
 que unía la ciudad de Vascos del municipio de Navalmoralejo y Toledo.
Los restos mejor conservados, los que confieren al conjunto el carácter monumental y que más impactan al visitante que lo contempla, lo forman los elementos defensivos y militares de la ciudad. En concreto la robusta muralla o lienzo defensivo que protege el espacio de unas ocho hectáreas, elemento fundamental en las ciudades hispano-musulmanas, y que envuelve la Medina o ciudad propiamente dicha. El trazado de esta defensa se adapta a lo abrupto del terreno, bordeando los lugares más escarpados. Se conservan restos de dos puertas, una de ellas con el arco de herradura típicamente musulmán y cinco angostos postigos horadados en la muralla. Fuera de ésta, en extramuros, los llamados Baños de la Mora -con la posibilidad de emanar agua fría o caliente- y restos de otras dependencias en donde los artesanos ejercían sus labores, posiblemente para evitar ruidos y olores a la ciudad. 

Varias teorías afirman, aunque nada concreto se ha podido demostrar hasta el día de hoy al no existir documentos que lo avalen, que la construcción de esta ingente obra se relaciona con fines estratégicos y defensivos, tal vez vinculada a la defensa de la línea fronteriza del Tajo. Otras la relacionan con la minería, estimando que estaba ligada mediante rutas o caminos con las minas de hierro y oro que existieron en las Rañas de Jaeña. Esta teoría se basa en las escorias halladas en las excavaciones. 

Para visitar la Ciudad de Vascos:
Horarios Centro de Interpretación: 
A partir del 15 de mayo, sábados de 10 a 14 horas.
Tarifas Entrada gratuita
Servicio Visitas guiadas previa cita concertada llamando a los teléfonos 625 738 152 y 639 004 915 o por e-mail a carpetaniatur@ya.com


31 de julio de 2010

El valor del Tesoro del Carambolo

Aunque una de las frases lorquianas famosas en tierras andaluzas es: “verde que te quiero verde”, casi podría cambiarse el color por el áureo y argénteo. No son pocos los ejemplos de oro y plata en forma de monedas y otros objetos que han ido apareciendo –y esperemos que siga así- en esa región. Quizá uno de los mejores ejemplos, que se ha incluido en un sinfín de libros de texto, es el llamado Tesoro del Carambolo. 



El nombre del repertorio de objetos se debe a los carambolos o montículos que jalonaban los límites de la meseta del Aljarafesobre la vega de Triana, en el territorio de Camas, municipio situado a casi 4 kms al Oeste de la antigua Hispalis. En los años 40 del siglo XX las bonanzas del paraje interesaron a la Real Sociedad de Tiro de Pichón deSevilla que se hizo con la propiedad de unas parcelas. 




La intención era construir una nueva sede allí, un lugar del que se decía que escondía un gran tesoro. Las obras para la erección del complejo se reanudaron en los años 50 para ampliarlo, siendo recordada la fecha del 30 de Septiembre de 1958 como el momento en el que se produjo el descubrimiento del tesoro. 



Uno de los trabajadores, cuyo nombre ha pasado a la posteridad, Alonso Hinojos del Pino, avisó al arquitecto –y justo cuando éste se iba de la localidad-, el señor Medina Benjumea, de que había aparecido un brazalete de oro en el solar que él había dado orden de excavar –sin esa orden se considera que no se habría producido el hallazgo-. Lógicamente continuaron empleando la pala en ese punto y dieron aviso a las autoridades. 



El 2 de octubre del mismo año, por parte del Servicio Nacional de Excavaciones, fue enviado un especialista para hacerse cargo de los trabajos arqueológicos que debían tener lugar: Juan de Mata Carriazo (1899-1989), catedrático de Prehistoria de la Universidad de Sevilla y uno de los grandes nombres de la arqueología del país de Cervantes. Su equipo también estuvo formado por grandes figuras: Juan Maluquer de Motes, Francisco Collantes de Terán yConcepción Fernández Chicharro. Él descubrió que las 21 piezas conservadas –pesando un total de 2.950 gramos- se habían guardado en una estructura ovalada y acompañada de huesos de animales y de cerámica pintada, algo que ha dado mucho que hablar por parte de la comunidad científica.



Semejante conjunto áureo se contabilizó en un colgante con sellos, dos brazaletes, dos pectorales con forma de piel de animal extendida y ocho placas, todo ello fabricado en oro muy puro y con granulados y filigranas que denotan una orfebrería altamente desarrollada. El problema es que los objetos carecían de un contexto arqueológico y estratigráfico claros por lo que no se podían datar con exactitud. De hecho el mismo profesor Mata pensó en un arco temporal de entre los siglos VII a III a. C., desde el tiempo de Tartesos, al que podría inscribirse el pueblo que utilizó las piezas, a la llegada de los romanos. También quedaban pendientes las cuestiones relativas a la funcionalidad del tesoro: ¿para un rey o alto sacerdote?, ¿para una figura de culto?, y ¿qué hacía allí enterrado?, ¿quiénes fueron sus artífices?



Es cierto que no todas las cuestiones referentes al Tesoro del Carambolo han podido ser contestadas de forma satisfactoria, pero sin duda se han dado grandes pasos adelante en estos 52 años de investigación y estudio. Durante mucho tiempo el análisis comparativo de las técnicas utilizadas para la creación de semejantes joyas hizo pensar en orfebrería oriental, bien de gentes instaladas en la Península Ibérica –bastante lógico– o puede que hasta de personas que trabajaron más allá de esta tierra. 



El arqueólogo Álvaro Fernández Flores demostró, mediante un cuidado análisis estratigráfico del yacimiento de Camas, que el nivel en el que se encontró el tesoro, entre los siglos VII y VI a. C. era compatible con la actividad fenicia y con el mundo de Tartesos. Más aún, otros estudios comparativos han postulado, incluso, que el conjunto respondería a algún tipo de culto a animales sagrados, probablemente bóvidos, que recordaría quizá, aún con sus diferencias a prácticas como las de los bueyes Apis en Egipto. 



En el mismo Cerro del Carambolo, de hecho, se constataron, gracias a unas intervenciones arqueológicas de urgencia –un tipo de excavaciones contra reloj ante la amenaza de una reurbanización de la zona- entre los años 2002 y 2004, y dirigidas por el señor Fernández Floresantes aludido y por Araceli Rodríguez Azogue, constataron la existencia de una serie de estructuras que han sido interpretadas como algún tipo de santuario, por lo que se reforzaría la idea de una joyas dedicadas al culto. 



Aún así, todavía queda mucho por saber acerca del Tesoro del Carambolo, que para curiosidad del lector debo avisar que se encuentra custodiado en una caja fuerte, siendo el del Museo Arqueológico de Sevilla una réplica, aunque sin duda nos ilumina en algunos aspectos: desarrollo de las relaciones tartesico-fenicias a nivel económico y comercial –que posibilitaron la confección orientalizante del tesoro, ya fuera en el mismo lugar o fuera de la Península-, concepciones religiosas –que también conectan las tierras béticas con el resto del mundo mediterráneo- o la misma existencia de prácticas de culto extraurbanas –algo que no fue nada extraño en el Mundo Antiguo pero sigue siendo ignorado muchas veces-. El Tesoro del Carambolo, por tanto, posee un valor que transciende claramente la materialidad de su carne dorada. (Artículo de Ignacio Monzón en elreservado.es)