Imagen de archivo de las excavaciones en la Sima del Elefante, en Atapuerca. Foto: Ricardo Ordóñez. |
Atapuerca está de enhorabuena. Se cumplen 50 años del comienzo de un sueño. Del inicio de una aventura emprendida por el destinatario y el autor de la anterior misiva en una época en la que poco o nada se conocía sobre la Evolución Humana, la Paleontología y la Arqueología en una España que intentaba superar los ecos de la posguerra para abrirse al exterior. Los primeros científicos que llegaron al que hoy es uno de los yacimientos más importantes de toda Europa, lo hicieron sin medios, por casualidad y sin la ayuda económica de ninguna administración.
El hallazgo
Todo comenzó en el otoño de 1962. Sin constancia del día exacto, los miembros más veteranos del grupo de espeleología burgalés Edelweiss lo sitúan en octubre. Fue el propio José Luis Uribarri, miembro del grupo, quien en una de las cavidades situadas en el trazado de la Trinchera del Ferrocarril localizó diversos huesos fosilizados, lo que le permitió evidenciar la gran antigüedad de aquel yacimiento inabarcable al que bautizaron como Trinchera, sin diferenciar como hoy entre los yacimientos de Galería y Gran Dolina. Ana Isabel Ortega y Miguel Ángel Martín, miembros de Edelweiss y conocedores de aquella historia que después marcó sus vidas, hacen memoria desde el despacho que Ortega ocupa en la actualidad en el Centro Nacional de la Evolución Humana, anexo al Museo de la Evolución Humana. «Fueron los veteranos del grupo los que iniciaron el trabajo de campo en unas condiciones de extrema dureza, en las que prácticamente no había nada para picar aquella gigante pared en la que al parecer había restos humanos», explica a Ical Ortega.
Pese a que el descubrimiento tiene lugar en 1962 no es hasta abril del año siguiente cuando se produce la visita oficial al yacimiento. «Fueron muchas personas, se hicieron todos la foto y fue el momento en el que se dieron cuenta de lo viejo que tenía que ser aquello, relata Martín, quien escuchó en su momento contar esta historia a quienes la vivieron en primera persona, ya fallecidos. Es en este momento cuando comienzan a aparecer nuevas piezas que hacen que muchos arqueólogos y paleontólogos fijen su mirada en la sierra burgalesa. «Apareció el primer bifaz del que hay constancia y se dató en el Paleolítico Inferior». Basilio Osaba era el director por aquel entonces del Museo de Burgos y no dudó en ponerse en contacto con el mejor especialista del Paleolítico que había en aquel momento, Francisco Jordá, quien trabajaba en la Universidad de Salamanca. Es el propio Jordá quien se pone en contacto con el director del Museo Paleontológico de Sabadell por aquel entonces, Miquel Crusafont, e inicia en el verano de 1964 la primera campaña de excavaciones.
Pese a que el descubrimiento tiene lugar en 1962 no es hasta abril del año siguiente cuando se produce la visita oficial al yacimiento. «Fueron muchas personas, se hicieron todos la foto y fue el momento en el que se dieron cuenta de lo viejo que tenía que ser aquello, relata Martín, quien escuchó en su momento contar esta historia a quienes la vivieron en primera persona, ya fallecidos. Es en este momento cuando comienzan a aparecer nuevas piezas que hacen que muchos arqueólogos y paleontólogos fijen su mirada en la sierra burgalesa. «Apareció el primer bifaz del que hay constancia y se dató en el Paleolítico Inferior». Basilio Osaba era el director por aquel entonces del Museo de Burgos y no dudó en ponerse en contacto con el mejor especialista del Paleolítico que había en aquel momento, Francisco Jordá, quien trabajaba en la Universidad de Salamanca. Es el propio Jordá quien se pone en contacto con el director del Museo Paleontológico de Sabadell por aquel entonces, Miquel Crusafont, e inicia en el verano de 1964 la primera campaña de excavaciones.
(Fuente: Diario de León / I. Sierra)
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