Existe en la literatura castellana una licencia que nos permite «tomar la parte por el todo». Por eso podemos hablar ahora del «Milenario de Oña». No es la villa condal la que celebra sus mil años. Es el monasterio de San Salvador, que es, eso sí, el cogollo y la perla de Oña y que se ha plantado ya en ese honroso nivel cronológico.
Monasterio de San Salvador de Oña, Burgos. |
Fue el 12 de febrero de 1011 cuando el conde don Sancho, nieto de Fernán González, dio en fundar en Oña (actual provincia de Burgos) un monasterio para que en él profesara su hija Tigridia. Fundación que ha llegado material e históricamente hasta nosotros con una vida tan brillante como azarosa. Tanto, que bien merece que a los mil años volvamos los ojos a su trayectoria y a sus tesoros espirituales, artísticos y culturales. Los muchos actos y celebraciones que llenarán el Milenario, ya se abrieron con una curiosa «Crónica de Oña» simulada en paneles ricos en dibujos, datos y comentarios. El Milenario de San Salvador nos obliga a retroceder al siglo XI, al corazón de la Edad Media.
Por aquellas calendas Oña fue una encrucijada en la historia de una Castilla casi en pañales. Por sus campos y sus calles cabalgaron condes y reyes. Algunos de ellos fijaron en Oña su sepultura. Lo más benéfico y saliente en la historia oniense vino a ser San Salvador, donde en 1035 era abad el monje Iñigo que, a su muerte, fue ya reconocido como santo. Iñigo pertenecía a la familia benedictina que ahondó en las mismas raíces de Castilla. Basta con decir que, en los años de Iñigo, vivieron aquí otros tres abades benedictinos que también fueron santos: García en Arlanza, Domingo en Silos y Sisebuto en Cardeña. Todo un cuadrilátero de espiritualidad, de cultura y de humanismo que explica la fecundidad de la Castilla del románico, de los códices miniados y del gregoriano litúrgico. A todo eso lo llamamos con ligereza Edad Media cuando, en los aspectos citados, fue una edad plena.
Con el fluir de la historia llegaron para Oña y San Salvador otros vientos. Por ejemplo, las desamortizaciones del siglo XIX que supusieron la expulsión de los monjes de su abadía, abandonada hasta que en 1880 la Compañía de Jesús la habitó y volvió a proporcionar a Oña días de gloria. Su Colegio Máximo, de alto nivel intelectual y de comunidad numerosa, dejó huella en la comarca por la fecunda labor pastoral de los jesuitas. Hasta 1967 San Salvador siguió haciendo historia. Su presente, hoy laical y asistencial, presta servicios sociales dignos de su vieja historia aunque diferentes de ella. Diríase que a esta altura de su Milenario, el pasado de San Salvador perdura en un presente modesto y se asoma a un futuro más bien incierto. Oña conservará siempre su paisaje grandioso y las bellezas de sus entornos. Y, sin duda, como lo demuestra el propio Milenario, el culto a sus tradiciones y el apego a su noble y milenaria historia. Por algo dijo recientemente Benedicto XVI que «sin memoria no hay futuro».
(Fuente: Diario de Burgos)
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